

Valles del Tuy:
Llegar al aula con el estómago vacío y en penumbra
Las fallas de los servicios en las instituciones educativas públicas ensombrece el reinicio de las actividades presenciales. La falta de agua y la mala calidad de la comida del Programa de Alimentación Escolar (PAE) son quejas recurrentes. A la par, las escuelas no fueron dotadas de material de limpieza; tampoco de equipos de bioseguridad
Rosanna Battistelli / @rosannabattist3
Moisés destapó un pote de mantequilla vacío para recibir la merienda escolar. Con cinco cucharadas de arroz con frijol el envase quedó lleno. Esos alimentos eran la posibilidad de que Moisés almorzara. En su casa no se come bien. El dinero no alcanza. Su consumo de 1.750 calorías diarias, según los requerimientos nutricionales establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para un niño de 10 años, no está garantizado.
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Moisés vive en la comunidad Caracarapa; una zona rural del municipio Lander de los Valles del Tuy en el estado Miranda. Estudia en una escuela bolivariana, adscrita al Ministerio para la Educación. Estas instituciones fueron creadas por el Gobierno nacional, en el año 1999, como un modelo de atención integral para los niños; sin embargo, el funcionamiento y las condiciones de la escuela de Moisés contrasta con este proyecto.
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El techo de esta institución es de machihembrado y las polillas se están comiendo la madera. Cuando llueve, el agua se filtra y los estudiantes deben agruparse en las áreas que permanecen secas; de lo contrario, se mojan. Aunado a ello, los mismos educadores se encargan de llevar el material de limpieza para que sus salones estén higiénicos. El Ministerio no les envía estos insumos; tampoco material de oficina ni didáctico.
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Xiomara, representante de un alumno de tercer grado, recuerda que cuando esta sede comenzó a funcionar, la comida la servían en bandejas. Había cubiertos y el menú del Programa de Alimentación Escolar (PAE) era variado y nutritivo. Esto solo duró unos años.

“La mayoría de los niños que estudian aquí son de escasos recursos económicos; tanto así, que cuando no vienen a clases, porque están enfermos o por cualquier otro motivo, sus madres traen los envases para que les manden la comida”, contó Xiomara a la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y Adolescencia (Agencia PANA).
La mala calidad de los alimentos que reciben los alumnos a través del PAE es una queja recurrente de estudiantes, padres y docentes de los Valles del Tuy; una subdivisión territorial conformada por seis municipios, ubicada a 59,9 kilómetros, aproximadamente, de Caracas.
Entre la semana del 18 al 22 de abril el menú de una escuela nacional —dependiente del Ministerio para la Educación— fue: pasta con sardina, el lunes; arroz con frijol, el miércoles; frijol con pollo y arroz, el jueves y bollitos con mortadela guisada, el viernes.
“Mi hijo lleva su vianda y allí le colocan el alimento, pero casi nunca se lo come. El aspecto de la comida no es agradable y, a simple vista, se observa la falta de nutrientes, sobre todo, de proteínas”, indicó Luisa Elena, una representante, el 5 de mayo a la Agencia PANA.
En esta sede educativa no dieron comida a los alumnos el 4 de mayo; tampoco al día siguiente. La causa: no había agua para preparar los alimentos. Esos dos días los estudiantes regresaron más temprano a casa. Además, los baños estaban colapsados.
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Las realidades de estas dos escuelas no son únicas. Las fallas de los servicios –agua y energía eléctrica–, así como las filtraciones, ensombrecen el proceso académico en la mayoría de las instituciones públicas, tanto nacionales como estadales. A esto se suma que la acción de los delincuentes ha dejado a muchas escuelas desprovistas de los materiales y equipos necesarios para su funcionamiento.
Una escuela nacional, ubicada en el sector Manguito 7 de Santa Lucía, municipio Paz Castillo, es una muestra de esta realidad. La sede no cuenta con baños, ya que los maleantes se robaron las pocetas y los lavamanos. Tampoco hay servicio eléctrico. En el área de la cocina no hay neveras para conservar los alimentos del PAE. Además, las cocinas funcionan a medias. Tampoco hay utensilios, según denunciaron padres y representantes.
Esta situación está afectando el desenvolvimiento escolar de al menos 750 estudiantes. “Los delincuentes se llevaron una bomba, que es la que garantizaba que el agua llegara hasta la escuela. El personal obrero no tiene material de limpieza; tampoco hay línea telefónica ni Internet”, señalaron los representantes al mencionar otras deficiencias del plantel.
Sentimientos encontrados
Mariela también observó fallas en su escuela, durante el regreso a clases; sin embargo, estas carencias no la sorprendieron. “Ya estamos acostumbrados a que no haya agua, a las goteras en el techo y a los cortes de luz”, señaló la estudiante de 15 años, el 26 de mayo. Lo que sí la sorprendió fue enfrentarse a un proceso de enseñanza que consideró complicado.
“Estaba emocionada de volver a las aulas, pero cuando entré a clases de física entendí que necesitaba nivelarme, porque había olvidado algunas cosas. Por suerte, el profesor fue comprensivo, ya que todo el salón estaba en las mismas condiciones”, señaló Mariela, quien estudia cuarto año de bachillerato en Ocumare del Tuy.
Al igual que Mariela, para Ricardo, de 7 años, fue cuesta arriba reincorporarse a las actividades académicas, aunque por otros motivos. Él estudia segundo grado en una escuela nacional en Charallave, tiene 7 años y levantarse temprano no fue tarea fácil. “A veces lloraba por sueño, o porque tenía flojera. Aún está en ese proceso de adaptación”, destacó su mamá, Clara.
Los amiguitos de Ricardo vivieron situaciones similares. Un sentimiento de desapego los alejaba de las aulas. Esa situación la visualizó la maestra de Ricardo desde un primer momento.
“Los alumnos comenzaron a asistir a clases dos veces por semana, un par de horas y así, paulatinamente, fueron adecuándose. Los primeros días implementamos actividades dinámicas, como juegos, para que se distrajeran, y luego poder avanzar con la enseñanza”, comentó Flor, la maestra de Ricardo, quien acotó que el plantel no cuenta con atención psicosocial para atender estos casos y ello demoró el proceso de adaptación.
La educadora también tuvo emociones encontradas cuando el Ministerio notificó por escrito el regreso a clases, el 26 de marzo. Le agradaba la idea de reencontrarse con los alumnos, pero seguía latente el miedo al coronavirus, cuya prevención quedó a discreción de padres, representantes y docentes, ya que las escuelas no fueron dotadas de material de bioseguridad.
Más allá de este riesgo a enfermarse, el mayor impacto para Flor, al volver a las aulas, fue el gasto de transporte. Ella cobra 150 bolívares quincenales (32,89 dólares al cambio BCV para el 5 de mayo). Es docente de la Gobernación del estado Miranda. La escuela donde trabaja, en Ocumare del Tuy, queda a 25 minutos de su casa, en vehículo. Para movilizarse, usa transporte público.
“A diario gasto seis bolívares en pasaje. En una quincena, contando días hábiles, representa un aproximado de 70 bolívares (15,35 dólares), es decir, la mitad de lo que gano. A final de mes nos suman el bono alimenticio y me queda un poco más; sin embargo, ese pago desmotiva”, señaló.
El bajo salario ha incrementado la deserción de profesionales de la enseñanza. Cuatro compañeros de Flor renunciaron a lo largo de dos años y se fueron del país, en medio de una pandemia. En uno de los casos, una representante, con alto nivel académico, asumió el salón de clases por un mes, hasta que la subregión educativa envió a un estudiante de educación y luego a un docente graduado. En otro de los casos una misma educadora se encargó de dos grados.
Según la Federación Venezolana de Maestros (FVM), un estimado de 100.000 docentes han abandonado el sistema educativo desde 2015 en Venezuela. Orlando Alzuru, presidente de la organización sindical, indicó a la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y Adolescencia (Agencia PANA), el 9 de mayo, que el bajo salario de los educadores y la pandemia fueron los detonantes de esta cifra.
Plan de rehabilitación
La profesora Rosa Salazar, directora de Educación del municipio Simón Bolívar de los Valles del Tuy, está consciente de que las escuelas necesitan atención. “Lamentablemente, las infraestructuras están bastante dañadas por no aplicarse un mantenimiento preventivo durante dos años. El mayor problema lo tenemos con las filtraciones, luego el sistema eléctrico y, por último, el deterioro de la pintura”, puntualizó la funcionaria, a través de un boletín oficial enviado a los medios de comunicación el 7 de abril.
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Salazar anunció que la alcaldía, la Zona Educativa de Miranda y la Fundación de Edificaciones y Dotaciones Educativas (FEDE) realizaron un diagnóstico de las 39 escuelas de las parroquias San Francisco de Yare y San Antonio, el 6 de abril, para determinar su estado físico y elaborar un plan de rehabilitación.
Dijo además que la población estudiantil mantiene las medidas de bioseguridad en las escuelas y que 60% de los estudiantes cuenta con su tercera dosis de la vacuna contra la COVID-19.

Para este reportaje se visitaron nueve instituciones educativas, durante las primeras dos semanas de mayo. Se entrevistaron a 22 personas, de las cuales 8 eran niños, niñas o adolescentes.
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Algunos nombres de alumnos, representantes y docentes fueron cambiados u omitidos para proteger su identidad.