Carabobo:
Pupitres vacíos y pocetas sin agua
Después de dos años de clases virtuales, muchos padres deciden sacar a sus hijos de escuelas públicos e inscribirlos en privados. La educación en esta región está marcada por la falta de inversión en mantenimiento de las escuelas y liceos, fallas en los servicios públicos, ausencia del Programa de Alimentación Escolar, una severa falta de docentes y la migración de estudiantes del sistema público al privado
Dayrí Blanco / @dayriblanco07
Todo cambió para Juan Diego desde que comenzó a escuchar la palabra pandemia. El niño tenía siete años y estaba en primer grado, en marzo de 2020, cuando dejó de asistir a la escuela y empezó el esquema de las tareas por WhatsApp al que nunca se acostumbró. Su felicidad era obvia al saber que se reintegraría a clases presenciales en octubre de 2021; pero un día en las aulas le bastó para que ese sentimiento se transformara en decepción.
Él es parte de la matrícula de una de las 340 escuelas estatales que dependen de la Secretaría de Educación de la gobernación de Carabobo, ubicada al sur de Valencia, zona popular de la ciudad. Juan Diego consiguió una profundización de las precariedades que ya había en el plantel antes de la cuarentena.
En su primer día de clases de este año escolar (2021 - 2022) tuvo que ajustarse a un nuevo horario, porque el turno de la tarde fue eliminado tras la disminución del 50% de la matrícula: de 500 estudiantes, desde preescolar hasta sexto grado, se pasó a poco más de 200.
Su maestra, Carla, que lo acompañó en primer y segundo grado, ahora no da clases. Él la vio y se emocionó. Corrió a abrazarla. Antes del inicio de la cuarentena, ella tenía a cargo una sección que fue cerrada por falta de alumnos y solo acude a la institución a cumplir horario. Su salario fue suspendido.
Desolación y mismas precariedades
El ambiente en el colegio donde estudia Juan Diego es muy diferente al que se vivía antes de la pandemia. Además de que solo funciona en las mañanas, el reducido número de alumnos se manifiesta en todo momento en pupitres vacíos (y no precisamente para mantener el distanciamiento social).
“Aquí lo que se siente es una profunda tristeza porque no hay condiciones para que los niños puedan desarrollarse académicamente”, expresó Carla, la maestra que va a la escuela caminando desde su casa (trayecto de unos cinco kilómetros) porque sin sueldo no tiene para el pasaje.
Aún no hay portón en este plantel y cualquier persona puede entrar a cualquier hora. Se desprendió hace más de dos años cuando un árbol le cayó encima y no ha sido reparado. Tampoco se realizaron labores de mantenimiento en la institución que está llena de vegetación y solo algunas paredes fueron pintadas gracias a la labor de los representantes.
Solo hay una persona encargada de la limpieza del colegio, pero no es suficiente dadas las dimensiones del mismo. “Somos nosotras mismas como maestras las que hasta colaboramos barriendo los salones y medio quitando el polvo”, relató Carla en una entrevista con la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y Adolescencia (Agencia PANA). Sin salario por su vocación docente, la maestra tiene que trabajar como doméstica en algunas casas durante las tardes y hasta vender helados para poder mantener a su hijo.
Los datos de la junta transitoria de la Federación Venezolana de Maestros (FVM) en Carabobo, según informó para la elaboración de este trabajo su presidente, Luis Guillermo Padrón, indican que, en términos generales, el 80% de las instituciones públicas están deterioradas, pero “las estatales son las que están peor”, con un registro del 98% sin recibir ningún trabajo de mantenimiento.
El problema sin fin
de los servicios públicos
La dinámica escolar, entre escombros, ha cambiado hasta los hábitos de juego de los alumnos. Juan Diego hizo nuevos amigos rápido. Les gusta jugar fútbol en el recreo, pero han dejado de hacerlo para evitar ir al baño. Siempre suele estar sucio y son los mismos alumnos quienes deben buscar agua en un tobo para echarle a los inodoros.
El retorno a clases presenciales los sorprendió con una falla eléctrica que los obliga a ver clases con la poca luz natural que logra penetrar por las ventanas “que están muy sucias por fuera”.
A unos ocho kilómetros de esa escuela, hay 210 niños de un preescolar municipal, ubicado en la parroquia Rafael Urdaneta de la capital carabobeña, que enfrentan una realidad similar. Hace tres años todo el sistema de cableado fue hurtado y no ha sido repuesto. El resultado es obvio: los alumnos ven clases a oscuras.
En días nublados tienen que sacar los pupitres al patio para poder cumplir con la jornada, pero si llueve todo se complica: el manto asfáltico del techo está tan deteriorado que hay severas filtraciones que han dañado parte del mobiliario. Esta institución fue inaugurada en 2008 y fue modelo en la entidad; pero sin mantenimiento durante otras gestiones municipales, la joya educativa se deterioró.
Sin electricidad tampoco hay agua. Dependen de la bomba de un tanque subterráneo. Son los docentes quienes deben sacar con mecate y tobo el agua para llevarla a los baños. Eso solo alcanza para bajar las pocetas, pues no pueden dedicar horas de clases al aseo.
Katy De Los Reyes era representante de esa institución y decidió sacar a su nieto del preescolar para evitar exponerlo a tantas condiciones antihigiénicas: “Demasiado hacen las maestra. No es justo que los niños estén estudiando con tanta oscuridad y esos baños tan sucios y hediondos”, dijo a la Agencia PANA.
Ella hizo lo que la mayoría de los padres hacen para darle una mejor educación a sus hijos en medio de tanta desidia decidió inscribirlo en un colegio privado, tal como hicieron los del plantel del sur de Valencia que eliminó el turno de la tarde por falta de estudiantes.
Esto ha provocado que las matrículas de las instituciones privadas hayan aumentado entre el 10% y 15% en Carabobo; incluso, hay muchos que tienen sus procesos de inscripciones cerrados desde el comienzo del segundo trimestre del año, confirmó el presidente de la junta transitoria de la FVM en Carabobo.
Alimentación en juego
En 1988 comenzó a escribirse una historia marcada por la preparación de deportistas carabobeños que conquistaron grandes logros. Se trata de un liceo público nacional de gran exigencia académica y física que contaba con un estricto proceso de admisión.
En sus instalaciones, los alumnos asisten a clases a un turno y en el otro entrenan en la disciplina para la que tengan mejores capacidades. Podían escoger entre atletismo, lucha, balonmano, tenis de mesa, baloncesto, kárate, ajedrez, taekwondo, pesas, esgrima, boxeo y voleibol.
Por varios años fue una institución modelo que se vino a menos; pero la pandemia, en definitiva, marcó un antes y un después. Estos niños, niñas y adolescentes ya no reciben la alimentación que requieren según su gasto calórico en las actividades deportivas y mucho menos el que la Fundación Bengoa para la Alimentación y Nutrición asegura que debe cumplirse por tener un régimen especial.
En este liceo, el Programa de Alimentación Escolar (PAE) contempla el almuerzo a los 595 alumnos: un plato de arroz o pasta, sin ningún otro acompañante, o de frijoles. Eso es lo que llega al plantel y cada lunes los estudiantes deben llevar los condimentos y aliños, porque el Ministerio para la Educación no los envían.
“Es algo que nos preocupa muchísimo porque ellos tienen un gasto calórico y de energía que deben reponer con la alimentación; de lo contrario, no rinden como deberían”, indicó un profesor del liceo que pidió proteger su identidad. Los especialistas señalan que este grupo de estudiantes deben consumir de 65% a 75% de carbohidratos, 10% a 15% de proteínas y 5% a 15% de grasas.
La mayoría de los alumnos de este liceo son de estrato social bajo, por lo que sus padres no tienen los recursos para llevarles el almuerzo que cumpla con las exigencias que necesitan.
Estas fallas en el PAE no son inéditas de esta institución. En la escuela estatal donde estudia Juan Diego también reciben solo arroz y llega de manera irregular porque hay semanas en las que no tienen nada en inventario para cocinar.
Mientras que en el preescolar municipal son los docentes y representantes quienes hacen hasta vendimias para reunir el dinero y comprar los alimentos y el gas. También son ellos los que se organizan para preparar los almuerzos porque hace más de cuatro años que no reciben nada directamente del PAE.
Desde la junta transitoria de la FVM constataron recientemente que el combo de alimentos que llega a los planteles carece de proteínas, vegetales y frutas, por lo que es de muy bajo contenido nutricional, incluso para aquellos que no practican ningún deporte.
Cuando la bioseguridad no es prioridad
Lejos de lo que se pudiera esperar, la bioseguridad no es la norma en el regreso a clases presenciales en Carabobo. Solo en los planteles privados y subsidiados se cumple con la desinfección de manos al ingresar y salir de las instituciones.
De acuerdo con un recorrido realizado por la Agencia PANA, durante las primeras dos semanas de mayo, por cinco instituciones de la entidad, se pudo constatar que la bioseguridad en las escuelas públicas, sin importar si se trata de nacional, estatal o municipal, fue una regla que se implementó durante las primeras semanas de actividades, pero los directivos no cuentan con los recursos para seguir pagando por alcohol y antibacterial que no es enviado por las autoridades.
Los tapabocas son de uso obligatorio, pero cada alumno y docente debe llevar el suyo. Algunos no pueden reponerlo a diario y usan tela, que tampoco pueden lavar por falta de agua en muchas de las comunidades de Carabobo. Los operativos de vacunación contra la COVID-19 se implementaron en casi todos los colegios de la entidad, salvo un porcentaje considerable de las estatales.
Déficit de docentes en aumento
La deserción escolar es un drama calculado entre 40% y 45% y que ha provocado que, al menos en muchos de los 1.745 colegios nacionales, se reduzca el número de secciones que aglomera a más de 40 alumnos en un solo salón, aseguró a la Agencia PANA el profesor Padrón de la FVM.
Además de docentes de aulas, hay una necesidad marcada de profesores de química, computación e inglés. Es solventada con el ingreso de estudiantes de la carrera de educación, en la mayoría de los casos.
Para este reportaje se visitaron cinco instituciones educativas, durante las primeras dos semanas de mayo. Se entrevistaron a 21 personas, de las cuales cinco eran niños, niños o adolescentes.
Algunos nombres de alumnos, representantes y docentes fueron cambiados u omitidos para proteger su identidad.